10 de marzo de 2022

Yo, Cthulhu (de Neil Gaiman)

(Entrada importada desde mi otro blog: Susurros desde la Oscuridad)


I.

Cthulhu, me llaman. El Gran Cthulhu.

Nadie sabe pronunciarlo correctamente.

¿Estás escribiendo esto? ¿Cada palabra? Bien. ¿Por dónde deberíamos empezar… Humm?

Muy bien. Por el principio. Escribe esto, Whateley.

Fui engendrado hace incontables eones, en las oscuras nieblas de Khhaa’yngnaiih (no, claro que no sé cómo se deletrea. Escríbelo como suena), de pesadillescos padres sin nombre, bajo una gibosa luna. No era la luna de este planeta, claro, era una luna real. Algunas noches llenaba más de la mitad del cielo y mientras se alzaba podías ver la sangre carmesí gotear y chorrear de su cara hinchada, manchándola de rojo, hasta que desde las alturas bañaba los pantanos y las torres en una mortecina y ensangrentada luz encarnada.

Aquellos eran días felices.

O mejor dicho, noches. Nuestro hogar tenía algo parecido a un sol, pero era viejo, incluso entonces. Recuerdo que la noche en la que finalmente explotó todos nos deslizamos hacia la playa para verlo. Pero me estoy desviando del tema.

Nunca conocí a mis padres.

Mi padre fue devorado por mi madre tan pronto como la fertilizó, y ella, a su vez, fue consumida por mí mismo al nacer. Ese es mi primer recuerdo, cómo sucedió. Salir retorciéndome de mi madre, con su añejo sabor aún en mis tentáculos.

No me mires tan sorprendido, Whateley. Yo os encuentro a los humanos igual de vomitivos.

Lo que me recuerda, ¿se habrán acordado de dar de comer al shoggoth? Creo que lo oigo farfullar.

Pasé mis primeros mil años en esos pantanos. No me gustaba eso, claro, porque yo era del color de una trucha joven y de unos cuatro pies de largo. Me pasé la mayoría del tiempo arrastrándome sobre cosas y comiéndomelas. Y a su vez evitando que se arrastraran sobre mí y me comieran.

Así pasé mi juventud.

Y entonces, un día – creo que era un martes – Descubrí que la vida era más que sólo comer (¿Sexo? Claro que no. No alcanzaré esa etapa hasta mi próxima estivación; tu insignificante pequeño planeta llevará mucho tiempo frío para entonces). Fue ese martes cuando mi tío Hastur se deslizó hasta mi parte del pantano con sus mandíbulas licuadas.

Quiero decir que no era una visita para comer, y que pudimos hablar.

Ahora mismo esa es una pregunta estúpida, incluso para ti, Whateley. No uso ninguna de mis bocas para comunicarme contigo, ¿verdad? Muy bien, entonces. Una pregunta más como ésta y encontraré a otro al que relatarle mis memorias. Y tú alimentarás al shoggoth.

Nos vamos, me dijo Hastur. ¿Nos acompañas?

¿Nos? Le pregunté. ¿Quiénes?

Yo mismo, dijo, Azathoth, Yog-Sothoth, Nyarlathotep, Tsathogghua, Ia! Shub Niggurath, el joven Yuggoth y unos cuantos más. Ya sabes, dijo, los chicos. (Esto te lo estoy traduciendo libremente, Whateley, entiéndelo. La mayoría de ellos eran a-, bi-, o trisexuados, y el viejo Ia! Shub Niggurath tenía al menos mil, o eso dice. Esa rama de la familia siempre ha sido muy dada a la exageración). Salimos, concluyó, y nos preguntábamos si a ti se te ocurre algo divertido.

Yo no contesté al principio. Para ser sincero, no era demasiado aficionado a mis primos, y debido a una particularmente extraña distorsión de los planos, siempre he tenido grandes problemas para verlos claramente. Tienden a ponerse borrosos alrededor de los bordes, y alguno de ellos – Sabaoth es un claro ejemplo – tiene muchísimos bordes.

Pero era joven, y anhelaba emociones. "¡Ha de haber más cosas en la vida que esto!" grité, mientras la miasma de los deliciosamente fétidos olores carnales del pantano nos envolvía a mí y a los ngau-ngau, y los zitadores gritaban y chillaban. Dije que sí, como probablemente habrás supuesto, y rezumé tras Hastur hasta que llegamos al lugar de encuentro.

Creo recordar que pasamos la siguiente luna discutiendo sobre a dónde íbamos a ir. Azathoth tenía sus corazones puestos en la distante Shaggai, y Nyarlathotep se empeñó en los Lugares Innombrables (En mi vida podré imaginarme por qué. La última vez que estuve allí, todo estaba cerrado). A mí me daba igual, Whateley. Déjame en cualquier lugar húmedo y sutilmente extraño, y me siento como en casa. Pero Yog-Sothoth tuvo la última palabra, como siempre, y vinimos a este plano.

Ya has conocido a Yog-Sothoth, ¿verdad, mi pequeña bestia de dos patas?

He pensado mucho en ello.

Él abrió el camino para nuestra llegada.

Para ser honesto, no he pensado tanto en ello. Sigo sin hacerlo. Si hubiera sabido los problemas en los que nos estábamos metiendo, dudo que me hubiera apuntado. Pero entonces era más joven.

Si no recuerdo mal. Nuestra primera parada fue en Carcosa. Ese sitio hacía que me cagara de miedo. En aquellos días no podía mirar a los de vuestra especie sin estremecerme. Toda aquella gente, sin una sola escama ni pseudópodos, hacía que me pusiera a temblar.

El Rey de Amarillo fue el primero con el que llegué a algo.

El rey andrajoso. ¿Has oído hablar de él? La página setecientos cuatro del "Necronomicón" (de la edición completa) remarca su existencia, y creo que ese idiota de Prinn le menciona en "De Vermis Mysteriis". Y está el de Chambers, claro.

Un tipo adorable, una vez que me acostumbré a él. Él fue el primero que me dió la idea.

¿Qué innombrables demonios se puede hacer en esta insignificante dimensión?

Le pregunté.

Él se rió. La primera vez que llegué aquí, dijo, un mero color que llegaba del espacio, me hice esa misma pregunta. Entonces descubrí lo divertido que puede ser conquistar estos extraños mundos, sojuzgar a sus habitantes, haciendo que te teman y te adoren. Una verdadera risa.

Claro que a Los Antiguos no les gusta.

¿Los antiguos? Pregunté.

No, dijo, Los Antiguos. En mayúsculas. Unos tipos divertidos. Como grandes barriles con cabeza de estrella de mar, con enormes alas membranosas con las que vuelan por el espacio.

¿Vuelan por el espacio? ¿Vuelan? Yo estaba aturdido. No pensé que alguien volara aún en esos tiempos. ¿Por qué molestarse cuando uno puede fluir viscosamente, eh? Podía imaginarme por qué les llamaban los antiguos.

Perdón, Los Antiguos.

¿Qué es lo que hacen esos Antiguos? Le pregunté al Rey.

(Te hablaré sobre fluir viscosamente luego, Whateley. Aunque es inútil. No tienes wnaisngh’ang. Aunque quizás un equipamiento de bádminton serviría casi igual de bien). (¿Por dónde iba? Ah, Sí).

¿Qué es lo que hacen esos Antiguos? Le pregunté al Rey.

No demasiado, me explicó. Solo que a ellos no les gusta que nadie más lo haga.

Yo ondulé, retorciendo mis tentáculos como diciendo "Ya me he encontrado con ese tipo de seres otras veces", pero me temo que el Rey no cogió el mensaje.

¿Conoces algún lugar por conquistar? Le pregunté.

Él sacudió la mano vagamente en la dirección de un pequeño e insignificante grupo de estrellas. Hay uno por allí que puede que te guste, me dijo. Se llama Tierra. Un poco lejos del centro, pero espacioso.

Pobre idiota.

Es todo por ahora, Whateley.

Cuando salgas dile a alguien que alimente al shoggoth.


II.

¿Ya es la hora, Whateley?

No seas tonto. Sé para qué te he hecho llamar. Mi memoria es tan buena como siempre.

Ph’nglui mglw’nafh Cthulhu R’lyeh wgah’nagl fthagn.

Tú sabes lo que significa, ¿verdad?

En su casa de R’lyeh el difunto Cthulhu espera soñando.

Es una exageración justificada; No me he sentido demasiado bien últimamente.

Era un chiste, ser de una-sola-cabeza, un chiste. ¿Estás escribiendo todo esto? Bien. Sigue escribiendo. Sé dónde nos quedamos ayer.

R’lyeh.

La Tierra.

Ese es un ejemplo del modo en que los lenguajes cambian el sentido de las palabras. Falta de claridad. No lo soporto. En un tiempo R’lyeh era La Tierra, o al menos la parte por la que me movía, a lo que primero pegué mis húmedos bocados. Ahora allí solo queda mi casita, latitud 47 ° 9’ sur, longitud 126 ° 43’ oeste.

O Los Antiguos. Ahora ellos nos llaman Los Antiguos. O Los Grandes Antiguos, como si no hubiera diferencia entre nosotros y los chicos barril.

Falta de claridad.

Así que vine a La Tierra, eran días mucho más húmedos que ahora. Era un lugar maravilloso, los mares eran tan ricos que parecían sopa y me llevaba genial con la gente. Dagon y los chicos (y uso la palabra literalmente esta vez). Vivíamos todos en el agua en aquellos lejanos días, y antes de que pudieras decir “Cthulhu fthagn” les tenía construyendo y esclavizando y cocinando. Y siendo cocinados, claro

Lo que me recuerda que hay algo que quiero contarte. Una historia real.

Había un barco, que navegaba por el mar. En un crucero por el Pacífico. Y en el barco había un mago, un ilusionista, cuyo trabajo era entretener a los pasajeros. Y también había un loro en el barco. Cada vez que el mago hacía un truco, el loro se lo arruinaba. ¿Cómo? Le decía a todo el mundo cómo se hacía, así se lo arruinaba. “Se lo ha escondido en la manga”, graznaba el loro. O “Ha amañado las cartas” o “Tiene un doble fondo”

Al mago no le gustaba.

Finalmente llegó la hora de hacer su mejor truco.

Lo anunció.

Se levantó las mangas.

Hizo sus gestos con las manos.

En el mismo momento en el que el barco se balanceó y calló sobre uno de los laterales.

La sumergida R’lyeh se había alzado tras ellos. Hordas de mis sirvientes, repugnantes hombres-pez, se abalanzaron sobre los flancos, agarraron a pasajeros y tripulación, y los arrastraron bajo el agua.

R’lyeh se hundió bajo las olas una vez más, esperando el día en el que el terrible Cthulhu vuelva a alzarse y reine de nuevo.

Sólo, sobre las asquerosas aguas, flotaba – olvidado por mis estúpidos pequeños batracios, por lo que pagaron con creces – el mago, cogido a una tabla, completamente sólo. Entonces, muy lejos vio una pequeña forma verde. Se fue acercando y finalmente, posado sobre un tronco entre restos flotantes, se dio cuenta que era el loro.

El loro giró la cabeza hacia un lado y entrecerró los ojos mirando hacia el mago.

“De acuerdo”, dijo, “Me rindo. ¿Cómo lo has hecho?"

Claro que es una historia real, Whateley.

¿Crees que Cthulhu, que cubría de limo las estrellas oscuras mientras vuestras más antiguas pesadillas aún chupaban de las pseudomamas de sus madres, que espera el momento en el que las estrellas se posicionen correctamente para salir de su palacio-tumba, revivir a los fieles y volver a gobernar, que espera para enseñar de nuevo los grandes y lujuriosos placeres de la muerte y las fiestas, crees que te mentiría?

Claro que lo haría.

Cállate Whateley, estoy hablando. No me importa dónde hayas oído esto antes.

En aquellos tiempos nos divertíamos: matanza y destrucción, sacrificio y condena, icor y mucosidad y restos flotantes, y obscenos juegos innombrables. Comida y diversión. Era un fiestón, y a todo el mundo le encantaba excepto a aquellos que acababan empalados en estacas de madera entre un pedazo de queso y otro de piña.

Oh, en aquellos días había gigantes sobre la tierra.

No podía durar eternamente.

Y llegaron desde el cielo, con alas membranosas y reglas y normas y rutinas y Dho-Hna sabrá cuantos formularios para rellenar por quintuplicado. La mayoría de ellos eran simples pequeños burócratas. Te puedes dar cuenta sólo mirándoles: cabezas con cinco puntas – cada uno al que mirabas tenía cinco puntas, brazos o lo que sea, en la cabeza (aunque debo añadir que siempre en el mismo sitio). Ninguno de ellos tenía la suficiente imaginación para que les salieran 3 brazos, o seis, o ciento dos. Cinco, cada vez.

Sin ánimo de ofender.

No nos llevábamos bien.

No les gustaba mi fiesta.

Se subieron por las paredes (metafóricamente). No les prestamos atención. Se volvieron malvados. Discutimos. Nos hicimos putadas. Peleamos.

De acuerdo, dijimos, queréis el mar, podéis quedároslo. Enterito para vuestro cuerpo-barril. Nos mudamos a tierra firme – era preciosamente pantanosa por entonces – y construimos gargantuescas estructuras monolíticas que hacían empequeñecer a las montañas. ¿Sabes que acabó con los dinosaurios, Whateley? Nosotros. En una barbacoa.

Pero esos aguafiestas cabezas-punta no podían dejar las cosas como estaban.

Intentaron acercar el planeta al sol – ¿o era alejar? Realmente nunca les pregunté. Lo siguiente que supe es que estábamos bajo el mar otra vez.

Te tienes que reír.

La ciudad de Los Antiguos fue la primera en sufrirlo. Ellos odiaban la sequedad y el frío, igual que sus criaturas. Y de repente estaban en la Antártida, secos como un hueso y tan fríos como las tres veces-malditas llanuras perdidas de Leng.

Aquí finaliza la lección por hoy, Whateley.

¿Y querrías por favor hacer que alguien alimente a ese condenado shoggoth?


III.

(Los Profesores Armitage y Wilmarth estan convencidos de que en este punto, no menos de tres páginas han desaparecido del manuscrito, citando el texto y su longitud. Yo estoy de acuerdo.)

Las estrellas cambiaron, Whateley.

Imagina tu cuerpo separado de tu cabeza, convirtiéndose en un montón de carne sobre un trozo de mármol helado, parpadeando y ahogándose. Así es como fue. La fiesta se había acabado.

Acabó con nosotros.

Por eso esperamos aquí abajo.

¿Terrible, eh?

En absoluto. No me asusta. Puedo esperar.

Estoy aquí sentado, muerto y soñando, mirando a los imperios de hormiguitas de los humanos alzarse y caer, construirse y derrumbarse.

Un día – quizá mañana, quizá en más mañanas de los que tu débil mente pueda concebir –las estrellas se alinearán en los cielos, y la hora de la destrucción habrá llegado: Surgiré de las profundidades y dominaré el mundo una vez más.

Disturbios y fiestas, comida sanguinolenta e inmundicia, tinieblas eternas y pesadillas y gritos de los muertos y de los no-muertos y el canto de los creyentes.

¿Y después?

Dejaré este plano, cuando este mundo sea un frío trozo de carbón orbitando alrededor de un sol sin luz. Volveré a mi sitio, donde la sangre gotea nocturnamente desde la cara de una luna que se abulta como el ojo de un marinero ahogado, y estivaré.

Entonces me aparearé, y al final sentiré un batir dentro de mí, y sentiré a mi pequeño comiendo y haciéndose camino hacia la luz.

Um.

¿Estás escribiendo todo esto, Whateley?

Perfecto.

Bien, eso es todo. El fin. Narración concluida.

¿Adivinas qué vamos a hacer ahora? Exacto.

Vamos a darle de comer al shoggoth.

© Neil Gaiman 1986 "I, Cthulhu"
Traducido por Yume de "tierras de cinefagia"
Ilustración de Brian Elig



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